EN EL JARDÍN.

    Cuento escrito por Eric Nepomuceno de Río de Janeiro Brasil.

    Léelo hasta el fin...te va a sorprender.

 

    Y cuando ya no sabía agarrarse, empezó a cuidar la memoria como un jardinero cuidaría la tierra. Como si fuese algo especial.

    Dividía la memoria como antes la abuela dividía un pastel, en tajadas cuidadosas. Y a cada tajada, dedicaba un tiempo.

    Así, pasara casi una semana recordando la casa de la infancia, el jardinero que plantaba flores blancas, el pino que crecía al lado de la ventana del cuarto de la hermana, las noches que él cruzaba el cuarto de la hermana para pasar por la ventana y bajar por el pino rumbo a la noche oscura.

    Después, dedicó dos semanas enteras a recordar, día a día, todo lo que había hablado con Horacio en Buenos Aires, en los tiempos en que vivían en la misma ciudad. Horacio inventaba una rara combinación culinaria y se pasaba la vida divirtiéndose entrando en restaurantes y pidiendo tallarines a Horacio, que nadie conocía. Explicaba: a la mantequilla, con pimientos y una milanesa. Comía como un pajarito, elogiaba la receta y contaba todas las historias que pretendía escribir alguna vez y que no escribió jamás.

    Un día apareció la tajada de memoria ocupada por Camila y entonces pasó a sentir que era un tiempo distinto, un tiempo de cansancio; un cansancio que ahogaba, cansancio de agua.

    La presencia de Camila se tornaba un fantasma pegajoso, tomaba el espacio de todas las demás tajadas de la memoria, invadía historias lejanas, se metía con otra gente en paisajes que no eran suyos, donde no había estado nunca, y él ya no sabía donde colocar a Camila en la memoria o donde colocarse en la memoria de Camila.

    En aquel tiempo viajó primero a San José de la Montaña y se metió a un hotel con la determinación de escribir un concierto para flauta. No escribió nada, pero pasó algunas noches en la cama de una muchacha llamada Carmen, que había cruzado el mar sin saber bien por qué.

    Después, viajó a Barcelona con la muchacha llamada Carmen y vivieron juntos durante dos meses. Pasados los dos meses, él viajo a un pueblito de la costa, alquiló un departamento pequeño y empezó a escribir  un concierto para flauta. Camila invadía sus noches y no lo dejaba dormir. Miraba la mañana escurrir sobre el mar y poco a poco entendió que jamás lograría escribir el concierto para flauta mientras no se librara de aquella tajada de memoria.

    Pensó en regresar a San José de la Montaña y luego decidió parar en cualquier lugar de América Central. Sin que jamás pudiese explicar por qué, fue a parar en Managua. Pasó doce días instalado en un cuarto de hotel y en la noche del último día empezó a escribir el concierto para flauta. Escribió la primera parte del primer movimiento pero pasaba algo raro con la orquesta. Pensó que la orquesta estaba llena de vacíos y concluyó que era natural, pues sería imposible, en una sola noche, dar en el blanco. Sentía que el camino de la flauta era bueno, pero había vacíos en la orquesta y por eso decidió que era imposible escribir un buen concierto en Managua y se fue a México.

    Alquiló una casa que estaba en los fondos del terreno de un grande y veterano caserón. Pasó dos o tres días pensando si el vacío de la memoria de Camila, que desapareciera para siempre cierta noche en que él, de la ventana del hotel, adivinaba en la oscuridad del lago de Managua.

    Terminó rápidamente la primera parte del primer movimiento del concierto para flauta y entonces la orquesta pasó a crecer con rapidez alucinante mientras él perdía el rumbo de la flauta.

    Por aquellos días Arturo pasó por México, rumbo a Los Ángeles, donde iba a grabar un disco lleno de temas de Rachmaninoff. Él no le contó nada de sus dificultades ahora con la flauta. . Dijo que había empezado el concierto y que pretendía terminarlo antes del verano, cuando recibiera el dinero del encargo y viajaría a Rio de Janeiro, donde pasaría dos meses dirigiendo una orquesta.

    Arthur durmió, comió y bebió y el día que embarcó a Los Angeles contó que había estado con Camila tres meses antes en una fiesta en Venecia, y que estaban bellísimas las dos, la muchacha y la ciudad.

    En la semana siguiente, él logró, trabajando día y noche, terminar el concierto, que no quedó ni bueno ni malo.

    Llamó a una copista para usar las copias en limpio, corrigió algunos pasajes del cello, marcó mejor ciertos ritmos de los clarinetes, reforzó el canto triste de los trombones y llamó a su agente confirmando las fechas de los conciertos de Rio de Janeiro.

    Tres días antes de viajar fue invitado a una fiesta en la embajada de Francia y estaba naufragando en un mar de aburrimiento cuando decidió ir hasta el jardín. Bajaba la escalera de la terraza que conducía al jardín y al camino estrecho de piedras que llevaba a la piscina cuando oyó una risa. Se dio media vuelta y había una mujer morena que se reía como Camila.

    Preguntó a un francés quién era la mujer. El francés se llamaba Francis y fumaba un puro enorme. Dijo que no la conocía, pero que sabía que era una uruguaya que pintaba cuadros malos.

    La miró un tiempito y luego caminó hacia el jardín.

    Se tendió en el césped y poco a poco se durmió sintiendo en el aire un viento de pino y flores blancas sin nombre, recordando el jardín de la infancia. Era más fácil.

    Embarcó tres días después, llevando en el equipaje el concierto para flauta debidamente corregido, y en la silla de al lado la muchacha uruguaya que pintaba cuadros feos pero tenía la risa más bella que él había visto en siu vida.

    La temporada en Río fue un éxito, y él pasó noches sin fin con la muchacha uruguaya que un domingo embarcó para Montevideo prometiendo volver un día, mientras él embarcaba para Managua prometiendo no volver nunca más.

    No volvió nunca más y Camila jamás fue a Managua.

    En Managua, él intento primero escribir un segundo concierto para flauta, luego intentó escribir un conjunto de seis piezas para piano, después se enamoro suavemente y para siempre de una muchacha de vestido verde, luego intento escribir un quinteto para clarinete pero no logró jamás huir de un movimiento de Mozart.

    Decidió pasar seis meses sin intentar nada, mientras por teléfono su agente avisaba que la cuenta bancaria adelgazaba día a día. Pasados seis meses, supo por teléfono que ya no tenía agente ni cuenta bancaria. La radio anunciaba peligros, la muchacha de vestido verde tenía ojos enormes que también estaban llenos de peligro, pero él apenas se daba cuenta de todo eso.

    Escribió a Arthur preguntando por Camila, Arthur no contestó. Él no supo jamás que Arthur ya no sabía nada de Camila.

    La última vez que se oyó de él, estaba cuidando los jardines de un cura en Managua, y había pedido el puesto de jardinero en la embajada de Francia con la esperanza de que un día hiciesen una fiesta y apareciera la muchacha que se al Uruguay prometiendo volver.

 

 

 



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