El complot lait

Por: Margarita Esther González

Durante el montón de lustros que la vida me ha dejado caer encima, en cuanto brotan los primeros rehiletes tricolores y las esquinas se llenan de banderas de todos los tamaños, yo salivo imaginando garnachas, memelas, moles de diferentes colores y salsas borrachas o sobrias.

Es entonces cuando se me agolpan las nostalgias y añoro los días en que manteca y chicharrón eran no solo ingredientes indispensables en la dieta nacional, sino esencia misma de nuestra patria.

Pero un complot para anestesiar nuestras papilas gustativas se gesto en tierras donde el sándwich de pollo pelón es tenido por delicia gastronómica. Quizá llevados por la envidia, o tal vez en respuesta a la invasión de nuestra cocina en tierras del fast food, científicos extranjeros se han dado a la tarea de difamar al inocente cerdo y ahora nos informan que los tostadas representan un azote casi tan temido como los intereses bancarios. Tan bien armada está la campaña que ya muchos compatriotas se estremecen más ante el colesterol que ante la mismísima deuda externa.

Que mi primo Memo -conocido por su costumbre de administrarse cuanta comida se le pusiera enfrente- hoy, con despliegue de estoicismo, rechace un plato pretextando triglicéridos, ya es señal de que la influencia extranjera está debilitando a los que otrora fueran bastiones de nuestra herencia culinaria.

De continuar esta forma de penetración, en breve estaremos sustituyendo tequila, mezcal y hasta agua de chía con kool aid, y peor aun, lait.

Y no se necesita demasiada perspicacia para saber que el siguiente paso es freír las garnachas en productos importados vendidos por infomecial y con el sonsonete  "No puedo creer que no sea manteca de puerco, pues su sabor y consistencia son iguales. Cómprelos son fabulosos"

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